jueves, 10 de septiembre de 2015

Portal a Tuya "Cadena de voluntades"

Cadena de voluntades


            ¡Hola, gente!
         ¿Cómo les va? Espero y es mi sincero deseo que estén bien, ¡pum para arriba! Que sus problemas cotidianos sean solo cuestiones a resolver y, si no pueden hacerlo, que la energía del amor los acompañe y les de fuerzas para aceptar, sin desmoronarse demasiado, lo que no puedan cambiar, lo inexorable. El corazón de Tuya late por ustedes.
            ¡Mil cosas para contarles y mi tiempo dividido en mil más!
            Ayer, la antena que nos provee de la señal de internet fallaba, así que fue todo un tema.
        Comienzo por contarles desde donde surja. Mi cabeza ha sido un carnaval de pensamientos, un circo imparable y estrafalario; se me habían juntado muchas ideas y recuerdos. El alma también se sumó y me tiró lo suyo para que lo atendiese. Como si hubiese sido poco, mi conciencia (que intentaba mantenerme a flote, pero con los pies en la tierra) se volvió intratable con mi personalidad, la que, por otro lado, me empujaba a abismos bizarros y diletantes y quería convencer a mi corazón, de que si le daba bola, podía ser feliz. Mi corazón es sabio (como el corazón de todas las personas), él nunca se equivoca. En protesta, daba golpes de tambor contra mi pecho y me despertó, renegado, porque me dormí sin resolver lo que ameritaba con urgencia. Hay cosas que necesariamente debemos “macerarlas”, “rumiarlas”, pensarlas mucho o como prefieran llamar a esa actitud, que puede salvarnos o hundirnos. La vida misma es una cuestión de actitud; no importa lo que pase, porque en definitiva tiene que pasar, porque es el destino, etc., etc. Pero sí, es muy de cada uno, lo que se hace con ese suceso. Siempre recuerdo esa enseñanza de mi madre, ella era muy especial y sabia. No vayan a creer que porque no se llevaba con la tía Loly, mi vieja era una resentida o busca pleitos. No, la división entre ellas se dio (lo supe de grande), porque Loly me quería tanto y estaba tan embobada conmigo cuando yo era chiquita, que sin medir lo que decía, un día le propuso a mi padre que me dejaran vivir con ella. Eso no hubiese sido grave para mi madre, puesto que cada uno es dueño de delirar como le guste; ¡lo tremendo y definitivo en la relación entre mi mamá y Loly, fue que mi padre, poco sutil, influenciable y mete pata, no solo que se lo contó a mamá, sino que consideró la idea! ¿Se imaginan? ¡Mi madre me adoraba!
           Ayer fui varias veces a la casa de la loma, necesité estar a solas allí. Me senté en la terraza, observando el paisaje de cumbres y caminitos que se pierden caracoleando en la distancia. Algo en mi interior me estaba matando. Me llené de voces y de golpes; mi corazón decía: “Hacé lo que quieras y no cambies tu rumbo por nada”, ¡pum, pum, pum! Mi personalidad vagaba entre el “qué me importa” y “me importa todo”, ¡ah!, ¡ahh!, ¡ahhh! Mi conciencia que tiene pies inmensos y de acero, avanzaba: ¡puuuum!, ¡puuum!, ¡puuuum!, mientras me ponía en los ojos de adentro, millones de imágenes bien claritas.
              No quería que en casa me vieran así, hecha percha, cuando se suponía que tenía que estar feliz y saltando en una pata, ahora que me transformé en una mujer que sabe que tiene mucho dinero, aunque no sabe cuánto, gracias a la tía Loly. Ya era muy feliz con mi otra vida; me sentí, como debe sentirse alguien que de pronto cambia al amigo de toda la vida, por la amistad con otro que recién conoce, pero que está lleno de plata. Más que nada, sentí que era a mí misma a quien estaba desestimando. Toda mi vida viví con poco y logré sentir que no me faltaba nada. Mi vieja también me dejó esa enseñanza y esa forma de ver la vida. Cuando mi papá falleció yo era muy chica; mi madre trabajaba duramente de doméstica, porque no tenía estudio para otra cosa, pero, ¿saben qué?, ella leía a todos los escritores clásicos, a los filósofos de la antigua Grecia, diarios, revistas, Patoruzito, todo, y tenía una fabulosa capacidad de interpretación de las lecturas, por más difíciles que pudieran parecerles a otros. Solíamos ir a visitar a una amiga de mi madre, que vivía en una casa sencilla, pero equipada con muchas cosas de las que nosotras carecíamos. Adela (así se llamaba) tenía el hábito de tocar esos objetos y decir con orgullo: “¡me lo dio el gobierno!”. Yo estaba fascinada; ella tenía cocina nueva, máquina de coser y de tejer, colchones y mantas mulliditas, y mi casa ¡era tan modesta y se veía tan desprovista! Un día, le dije a mamá que ella también podía pedirle cosas al gobierno, para mejorar nuestras posesiones; ella casi se espanta. Me miró muy seria y hasta diría que con pena; esa imagen la tengo grabada en mi memoria; después, me acarició y me dijo que esas cosas del gobierno, eran para la gente muy pobre… Entonces pensé, que más pobres que nosotras, ¡imposible! Hubieron de pasar muchos años para entender lo que mi madre quiso enseñarme aquel día y que reforzó con una frase que desconozco a quién le copió: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”. Las cosas que nos pasan de chicos se nos graban a fuego, esto a mí me quedó tatuado en el alma y no puedo pensar de otra manera; no niego que a veces divago y sueño despierta con mil boludeces, ¡qué sé yo! Por ejemplo, que tenemos un yate y estoy panza arriba bajo el sol del Caribe, aunque en realidad esté fregando la ropa a tabla, hasta que me arreglen el lavarropas. No sé, cosas así. Lo que sí tengo claro es que mi casa, mi familia, mis afectos, mi perro cachuzo, mi gato con nombre de gata y todos los chusmas de mis vecinos-amigos-familia, son mi mundo y un tesoro preciado al que no renunciaría por nada.
        Ayer, después de almorzar me acosté un ratito a dormir la siesta y Raúl se puso a manguerear el camión; ensopó al pobrecito de Mordelo, porque ese animal tiene tal empecinamiento con el agua, que le tira mordidas al chorro de la manguera y a los charcos; al final siempre termina empapado. Ya les conté que es friolento y como estamos en invierno, lo tuvo que secar y se achuchó de frío un buen rato, metido por poco, dentro del calefactor.
            Durante dos horas de sueño, anduve boyando vaya una a saber por qué rumbos; la cuestión fue que la pena que sentía antes de quedarme dormida, fue el disparador que me llevó a un lugar especial, para ayudarme en la disyuntiva que estaba atravesando. El sitio que vi fue mi propia casa, esta misma, desde donde les escribo, o sea “La enamorada”; soñé que estaba completamente vacía y oía mis pasos retumbando en el silencio. Desde uno de los dormitorios, me pareció escuchar voces y risas de chicos; me acerqué despacio, con miedo o no sé qué sensación; me desesperaba ver las paredes desnudas y la falta de mi familia. Cuando llegué a la habitación que en un principio fue de los tres chicos y con el tiempo quedó exclusivamente para Flor, las risas y las voces se acallaron. Me apoyé en la pared con el corazón en la mano y cerré los ojos, para entender qué miércoles me estaba pasando. Al colocar mi mejilla contra la pared, sentí que ésta se expandía y retrocedía, como si respirara; me llegó un lamento bajito, parecía ser de una mujer; intenté descubrir de dónde provenía, pero todo se volvía confuso; podía oír aquel sonido plañidero en una habitación y cuando llegaba a ella, dejaba de oírse para escucharse en otra; al final, una voz lejana, muy lejana, me decía: “no te vayas”. Estaba muy sensibilizada y a su vez, temerosa de estar volviéndome loca, a raíz de lo que vivía en el sueño.
            Me desperté de esta experiencia con un beso suave en la mejilla. Raúl me había traído un matecito y juro que me temblaba el pulso al recibirlo; succioné la bombilla teniendo que hacer un esfuerzo con la boca, pues mis labios buscaban curvarse en esa mueca angustiosa, que precede al llanto. Mi marido me abrazó y me propuso: “¡Levantate y charlamos!, ¿dale?”. Me duché y a la media hora estaba junto a Raúl y la tía Loly, frente al ventanal del living, a pleno solcito. Comenzamos la ronda de mates y pastelitos que había comprado Florencia; no sabía cómo explicar lo que me pasaba, sin herir tanta buena voluntad, generosidad y amor, de parte de la tía. Ella me allanó el camino cuando me dijo: “Te conozco como si te hubiese parido, Fía; no pude criarte pero siempre te consideré un poco mía. Contame. Es por la casa, ¿no?”. Le expliqué lo que estaba sintiendo y ella, como siempre, simplificando las cosas, me dijo con el mejor ánimo: “Ya sabía que esto podía pasar, por eso me guardé en la manga el “plan B”, para liberarte; al fin de cuentas, quise darte lo que creí que te merecés, sin intentar averiguar primero qué es lo mejor para vos”.
           En realidad, reconozco que soy muy divagante y confundo a las personas; digo que tal o cual cosa me parece hermosa y fantaseo con tenerla, pero es algo así como un juego superficial, porque las cosas que a mí me hacen feliz, son tan caras que no se pueden comprar; se ganan o se aprenden, como el amor, la familia, la nobleza, la verdad.
            Resumiendo: Así como yo tengo que aprenderme a la tía Loly, ella tendrá que aprender a conocerme, más allá de lo que me supone.
         Hablamos casi hasta la hora de la cena, momento en que vinieron las chicas; Flor, de caminar con Ringo, y Marianita, de un partido de hockey. Decidimos convertir la casa de la loma, en un hogar para contener a un mínimo de doce niñas sin padres, o que por circunstancias legales (malos tratos, etc.) estén alojadas en un hogar bajo tutela judicial. La casa tiene seis cuartos (que parecen salones) y tres baños en la planta alta; abajo, además del living, cocina y un comedor gigantescos, están las dependencias de servicio; hay lugar de sobra. Así como Frida Puelza cuida con amor a los viejitos, en Tuya también hay mujeres, que perfectamente podrían resultar muy buenas madres sustitutas para esas chicas; sería cuestión de elegir una y proponerle el tema. La tía Loly se encargaría de ver que todo siga en su cauce normal y yo serviría para llenar los huecos, que pudiesen originarse sobre la marcha.
           En medio de toda la planificación, me abracé fuertemente a mi tía, dándole las gracias por no enojarse conmigo, por ser tan buena, por comprender mis sentimientos y tomarlos en cuenta.
           Quedamos que en estos días, vamos a armar un remate para los vecinos de Tuya, con todas las cosas de Loly que no irían en un hogar para chicos; de paso, la gente de la vecindad tendrá la oportunidad de comprar muebles que siempre soñó tener, a un precio de chiste. Loly me dijo que primero debo elegir qué cosas quiero conservar; le dije que lo decidiremos juntas, para que me señale aquellas pertenencias que le signifiquen algo especial; eso y solo eso, vamos a conservar en casa. Resolvimos que el abogado de ella, hará los trámites jurídicos correspondientes para abrir la casa como hogar de niñas y nosotras vamos a viajar a Buenos Aires, acompañadas por Raúl, a comprar todo lo necesario para montar una decoración y un confort alegre y de buen gusto. Deseamos que quienes vivan allí, se sientan rodeadas de todo aquello que materialmente se merecen y además, de todo el amor y la protección de los tuyanos.
      Cuando terminamos la charla, la tía fue a bañarse, Raúl se puso a leer el suplemento deportivo de La Nación y yo me dirigí a la cocina a preparar unas burecas de papa y otras de queso, bien salpicaditas de semillas de sésamo. Sobre la mesada de la cocina, encontré la tapita metálica de un yogur que comió Marianita y vi que en el reverso tenía algo escrito; decía: “disfrutá de Ser vos misma, animate a lo que te hace bien”. ¡Qué cosa!, ¿no?
           Cuando les dijimos a nuestros hijos lo que decidimos, ellos lo tomaron bárbaro; inclusive nos dijeron que mejor así. “Si nos mudamos van a empezar las diferencias con los demás y tener una casa joya y que nadie te de bola por sentirse menos o más pobres, no puede hacernos felices” (palabras de Marianita). ¡Bien por mi hija!
            ¡Me siento liberada de un peso fatal!
            Después de cenar, salimos a recorrer Tuya en la Eco. El cielo parecía de terciopelo; en la oscuridad, mil ojos se proyectaban como gemas brillantes. Acá hay zorros, conejos, liebres, y a más altura en las sierras, gatos monteses, jabalíes, ciervos, pumas y guanacos.
            Volvimos a casa y nos pusimos a ver tele en la cama; me quedé frita mientras aún pasaban los nombres de los actores.
           Esta mañana nos levantamos temprano, incluso las chicas y Gonzalito, porque habíamos planificado un día de pesca y asadito entre los cerros. Queríamos relajarnos y compartir en familia. Flor propuso llevar a Ringo y yo le dije que no perdiese individualidad, que eso de andar pegoteados todo el día no garantizaba que se quisiesen más, ni que fuesen más unidos; se lo dije yo, que con Raúl mantuvimos la luz de nuestro hogar, en medio de todas las tormentas del camino, las ausencias y las dudas.
          Allá fuimos, todos en la Eco, como sardinas en lata; también llevamos a Mordelo; a Frutilla no, porque sigue alzado e insoportable, araña, maúlla como alma en pena y no obedece a nadie. Es la primera vez que siente el llamado de sus hormonas y está entregado a full a su experiencia; ya vino con una oreja irremediablemente masticada y la cola hecha un estropajo.
            Con todos los “pertrechos” nos instalamos junto al arroyito. Preparamos un fueguito entre las piedras y calentamos el agua para cebar mates; en estas ocasiones usamos la pavita “crotera”, abollada y tiznada, porque nos gusta así; incluso, el agüita calentada sobre los leños, toma un gustito ahumado que nos refuerza la idea de naturaleza, simpleza y libertad.
            Mordelo no paraba de corretear, con su cuerpazo tipo sandía con patas; el muy zonzo se cayó al agua y lo tuve que secar con papel de rollo de cocina, ¡menos mal que llevé varios!
            En las primeras horas de la tarde, en que estábamos tirados al solcito sobre colchonetas y mirábamos el cielo con las chicas, jugando a adivinarles formas a las nubes, fue cuando escuché que Mordelo ladraba lejano. Raúl y Loly se habían dormido y Gonzalito se había ido hasta la aguada para ver abrevar a los guanacos; me fui remontando el arroyo, pero ya no se oía el ladrido; comencé a llamar al perro, sin embargo, ¡nada!
            Crucé un puentecito abananado que comunica con la otra orilla y seguí caminando entre las piedras y los árboles que crecen dispersos; de pronto, me di cuenta que estaba en la parte trasera de la casa de piedra del “bicho raro” (léase nuevo vecino con acento extranjero). Miré hacia un costado de la casa y lo vi sacándole fotos a Mordelo, a la par que lo sobornaba con lonjitas de carne cruda, que no comió porque está acostumbrado a que se la cocinemos. Pensé: “si no fuese consciente que mi pobre animalito carece de gracia física, podría sospechar que este tipo me lo quiere secuestrar. ¿Con qué fin le estará sacando fotos?”. Me acerqué y lo sorprendí. “¡Sori, sori. Iu a uilcom!, mi, americano”, me decía. Me acordé que tenía la máquina de fotos en el bolsillo canguro del buzo y decidí pagarle con la misma moneda, sacándole una foto a él, para que entendiese cómo me había sentido yo. Se volvió loco; lanzando chispas por los ojos, me ordenaba que le diera las fotos, en un castellano enredado y terminó diciendo: “¡nau!”. Me explicaba: “Yo oculto en sierras, no bueno foto”. Se la mostré e hice como que la borraba. Obvio que no me interesaba una foto de ese loco, pero me daba una posibilidad para averiguar quién es y qué hace entre la gente de Tuya. Le dije que yo necesitaba que borrase la foto de Mordelo y me explicase por qué se la había tomado.
            No vi perros, ni gatos, que habitaran en la casa junto a él; luego de darme muchas vueltas con su charla atravesada, me preguntó si no veía la rareza de mi perro. “¡Chocolate por la novedad!”, pensé. Mejor que este tipo viva solo en medio de las piedras, porque si estuviese cerca del pueblo nos contagia la locura a todos. Me habló de cosas raras… y ¡bueno!, yo no quiero ni acordarme, porque ¡se parecen al tema de la película que vi con Marianita! Este rayado dice que en Tuya aparecen cosas y que él está investigando y cree que mi querido perrito no es un perro común, que es un experimento de los grises. ¿Qué grises? ¿Los metalúrgicos? Otros que se visten de gris acá, son los de vialidad y, ¿qué tiene que ver Mordelo con esa gente? Lo dicho, este hombre (me dijo que se llama Terry) está muy loquito, me invitó a pasar, quería mostrarme fotos. ¿Fotos? ¿Y si es un degenerado? Llamé a mi perro y me fui lo más rápido que pude; mientras me alejaba, el viejo me gritaba en castellano atravesado: “¡Piénselo! ¿Dónde encontró a su perro? ¿Conoce su procedencia?”. Corrí para no escuchar más tanta pavada y le pegué un flor de repunte a Mordelo, por meterme en ese tipo de situaciones; mi perro podrá ser feo, deforme, pero es muy inteligente, sensible y entiende más, que algunas personas que pueden hablar y razonar.
        Nos quedamos en el arroyo hasta las cinco y media de la tarde; volvimos roñosos, ahumados y cansados, pero felices.
            A mí todavía me zumban las palabras del ermitaño tarado; tuvo que abrir su bocaza para decirme gansadas y ahora me surgen inquietudes.
              Desde Tuya y con el sabor de la vida, un abrazo virtual para todos ustedes:

             Fianza Menditelli


PD: Los comerciantes ya están hablando de armar una cooperativa; doña Dora (la mamá de Fricasio) ¡tenía dólares acobachados debajo de las tablas del piso! Quiere dárselos a su hijo para que le compre la carnicería a Flor. En casa, mañana comienzan a levantar un cuarto y un baño privado para la tía Loly. Como podrán apreciar, cada tarrito está encontrando su tapita.

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