¡Hola, gente! ¿Cómo están?
Les cuento que yo, feliz, emocionada y aún sin entender este tsunami que
atraviesa mi destino, dejándome una estela de maravillas.
Anoche, en el comedor de casa fuimos un montón para cenar y para
brindar, se nos unieron varios vecinos.
Cuando oí la bocina del camión, salí corriendo a recibir a los viajeros; al ver
solamente a Raúl, bajando de la cabina, el corazón se me apretó en la
incertidumbre. ¿Y la tía y Gonzalito?... Mi marido se acercó y después de besar
mi boca muda, me levantó en sus brazos girando y girando. Cuando me dejó en el
suelo vi llegar una Eco Sport azulcita; me dio la sensación de que se me venía
encima y quise correrme, pero Raúl me sujetaba en el lugar. Creí que me iba a
dar un ataque. ¡No entendía nada! La Eco frenó a treinta centímetros de mi
cuerpo. Me temblaban las rodillas y el miedo me impedía hablar, preguntar qué
pasaba. Las puertas de la camioneta se abrieron simultáneamente y de adentro
salieron Gonzalito y la tía Loly; fue en ese instante en que al verla, el alma
me volvió al cuerpo y corrí hacia ella para abrazarla, mientras liberaba
emociones, puchereando entre sus brazos. Raúl se subió al camión y comenzó a
hacer sonar la bocina y Gonzalito hizo lo mismo desde la Eco. Los que estaban
dentro de casa (Marianita, Tamara, doña Dora y Fricasio, Ringo Walter y
Florencia), salieron alarmados o fingieron eso (a esta altura no sé más nada).
Los vecinos también salieron de sus casas intrigados por tanto bullicio. Yo no
sabía qué pensar, qué decir, qué hacer; así que opté por la reacción de
cualquier persona en ese caso: me quedé parada, con la boca abierta, mirando a
todos y en especial, a esa camioneta azul. La tía Loly me abrazó y me llevó
adentro; los hombres se quedaron afuera viendo la Eco y el resto, nos fuimos al
comedor. “¡Fía, reaccioná!”, me decía la tía; yo estaba en shock, no sabía si
reír o llorar y lo peor de todo es que si hubiese optado por una de esas dos
reacciones, tampoco hubiese sido consciente del por qué. “¡Todo es para bien,
Fianza, relajate!”, me aseguró Loly, mientras me alcanzaba una carilina
para limpiarme la nariz. En eso entraron Ringo, Gonzalito, Fricasio y Raúl; se
reían de mi cara de “no sé qué pasa”. Como para activarme, mi marido dijo que
venía ilusionado durante el viaje, pensando en la cena rica que yo habría
preparado, pero que tenía la impresión de que eran promesas, nomás.
El deber se antepuso a todo el cataclismo que me bullía en las venas y en los
pensamientos y fui a la cocina acompañada por mis hijas, a traer comida para
todos. Tuvimos que juntar dos mesas porque no entrábamos, ¡éramos diez! A
medida que el tiempo iba pasando, pude aflojarme y pedir explicaciones. ¡Les
juro que todavía no puedo hacerme a la idea de lo que tengo para contarles!
Vine a enterarme que lo del viaje de Gonzalito, se debió a un plan del que
formó parte con su padre y la tía Loly; ella nos quería regalar un auto para
uso de la familia; por eso fue mi hijo, porque Loly le pidió a Gonzalito
eligiese la marca y modelo, y de paso lo trajera; su padre venía en el camión.
“¿Cómo la vamos a pagar?”, pregunté amargada por contraer una deuda comunitaria
sin ser consultada. Casi me desmayo cuando Loly me dijo que ya estaba paga y
que había más sorpresas, muchas más. A esta altura empecé a llorar sin poder
pasar bocado y las lágrimas de alegría, agradecimiento y amor, me dejaron la
cara como un tomate.
La tía Loly tenía una casa de dos pisos en Berazategui, toda amoblada con cosas
que trajo de Italia y de Francia; la vendió, pero antes cargaron todo lo que
estaba adentro, en nuestro camión. ¡Sí!, nos regaló todo, ¡pero hay más! Compró
la casa de la loma para nosotros. Les digo que sigo en otro planeta, todavía no
puedo clarificar mis ideas, para contarles de forma ordenada.
Tenía la convicción de que la tía Loly era solterona; vine a enterarme por ella
misma y para mimarla y quererla diez veces más, que cuando se fue a Italia y
ejerció de maestra, conoció a un hombre muy rico que la adoró de tal forma, que
venció la resistencia que ella ponía a casarse. Hubo boda y además, hubo otra
cosa: la tía Loly tuvo una hija a la que llamó Sofía; yo escuchaba y no podía
creer. Un día, Sofía (de seis años) y su padre, circulaban en automóvil sobre
un puente del río Po y al cortársele la dirección se cayeron al agua,
ahogándose los dos. “¡Pobre tía Loly!”, pensé y seguí llorando. Al tiempo, la
tía vendió todos los bienes que había heredado y regresó a la Argentina. Me contó
que en varias oportunidades se contactó con mi mamá, para decirle que su
heredera sería yo y que deseaba volver a verme, pero mi vieja se negó (ella y
Loly diferían en muchos puntos de vista). Me imagino, ¡pobre!, que acercarse a
mí le hubiese ayudado en la pena por la pérdida de su familia; incluso mi papá
ya estaba fallecido, así que no tenía a nadie en este mundo. Yo la miraba y la
miraba a tía Loly y me parecía que no era quien yo conocía; entendí que ella,
tan simple, directa y humilde, es una caja de sorpresas; voy a tener que
intentar conocerla verdaderamente.
Hay veces que a una, la verdad o la realidad, la supera; eso me pasa con
detalles que ahora sé de la vida de la tía Loly, también con el tema de la
nueva casa y la camioneta.
El camión estaba a reventar de muebles, vajilla y mil cosas que son una
preciosidad, yo iba ayudando a descargar y lloraba mientras tocaba las cosas;
una, porque no puedo creer que sean mías, nuestras, otra, porque me conmueve la
tía Loly y su generosidad, y otra, porque hubiese preferido que se quedaran
vistiendo la casa de Italia, donde vivían la tía, su esposo y Sofía. ¡Qué pena
me da esa historia!
Todavía no escrituramos la casa de la loma, pero la tía ya pagó, firmamos los
papeles y guardamos todo adentro. Seguimos en nuestro hogar hasta que nos
organicemos; seguro que nos iremos trasladando de a poco, en escalas, porque no
es el tema de cambiar de paredes nomás; generalmente, lo que nos ata a una casa
además de su estructura, son las historias que vivimos dentro y la verdad es
que en esta humilde casita desde donde les escribo, la familia
Policarpo-Menditelli ha sido muy, muy feliz.
Hubo otra sorpresa; en el camión llegaron doce cajas inmensas para el hogar de
los abuelos: sábanas, toallones, manteles, vajilla, copas, un juego completo de
cacerolas, cubiertos, todo comprado por la tía Loly para ellos. Se me revienta
el corazón de tanta dicha. Hoy fuimos a llevar las cosas al hogar y la tía
quiso que fuesen los abuelos quienes abriesen las cajas, porque eran cosas para
ellos, no para el hogar; “un hogar no existe sin las personas”, dijo Loly; “un
hogar de ancianos no nos dice nada, lo que nos dice algo son los que viven
ahí”. ¡Sabia Loly!
¡Ay, gente, ustedes no se imaginan lo que fue ver la cara de alegría de los
viejitos! A medida que desembalaban la losa, las copas y demás, le daban brillo
con los puños de sus pullóveres para sacarles las huellas de sus propios dedos
(que a mí me parecen sagradas). Estoy segura que a los abuelos, no les importa
demasiado el detalle, lo que más los conmueve es que se hayan acordado de ellos
con generosidad y que alguien los creyese dignos y merecedores de aquellas
cosas hermosas. Hay momentos en que una percibe que por algún extraño sortilegio,
se ha abierto la caja de Pandora y llueven las cosas duras, difíciles,
dolorosas; en este caso, a mí se me dio vuelta la vida pero para bien.
Esta tarde, todo Tuya anduvo por la casa de la loma, a la que le tenemos que
poner un nombre; las casas viven, respiran, a su manera pero lo hacen y deben
ser nombradas; tal vez ustedes piensen que estoy chiflada, pero les aseguro que
es una muy, muy antigua costumbre de Tuya. ¿Saben cómo se llama nuestra casita
de siempre? “¡La enamorada!”. Se le ocurrió a Raúl, porque decía que yo sería
la reina del hogar y como me lo pasaba diciéndole que estaba enamorada de él…
Todavía no sé cómo voy a orientar mi vida, la vida de la familia; no quiero que
lo material cambie lo que somos como personas, como grupo familiar. Me alegra
saber que la tía Loly dispone de tanto y está dispuesta a compartir, como ya lo
ha hecho, porque me imagino que juntas podremos hacer mucho por Tuya y eso a
ella le dará motivación más que suficiente para llenarse de vida. No sé si me
pareció o estoy acertada, pero observé cómo la miraba Florio Guzmán (el
que dirige los trabajos de vialidad). Él fue el encargado de gestionar la venta
de la casa de la loma, a pedido de su hermana (Cándida de Espinoza) que vive en
Misiones. Florio es un ermitaño, bien huraño, pero con la tía Loly se
deslumbró; ella fue muy atenta con él, pero ni bola para otra cosa; tal vez
porque no le gustó o para que nosotros no nos sintiésemos incómodos; la verdad,
es que me gustaría que fuese verdaderamente feliz; mientras hay vida, hay
esperanza y ella está llena de vitalidad. Aparte, las personas comúnmente creen
que los viejos están decrépitos y caducos; ¡me revienta tanta imbecilidad! Las
personas que son muy mayores sienten la misma necesidad de compañía, de amar y
ser amados, que un joven; tal vez la pasión disminuye, pero aumenta la ternura,
el compañerismo… ¡Ojalá Dios la compense a Loly con un buen amor, por todo lo
que perdió y sufrió! No digo que sea Florio el afortunado de obtener su corazón,
pero en Tuya hay hombres muy guapos, de espíritu sensible y que estoy segura
que podrían cuidarla y amarla como ella se merece. ¡Estaré atenta! Cambiaré mi
nombre por “Celestina”… ja ja
Bueno, para regocijarlos en lo patético, les cuento que anoche, luego de cenar
hicimos un brindis y Ringo Walter, asesorado por la terrible de Marianita que
lo engatusó, le pidió formalmente a Raúl (como se hacía cincuenta años atrás),
la mano de Florencia. Nadie largó la risa al escucharlo, por respeto al sentimiento,
a la casa y a la familia, pero se les veía en la cara que se comían las
carcajadas; doña Dora le aplastó la cola a Frutilla y éste maulló como un
endiablado, entonces todos soltaron las risotadas, poniendo como excusa el
susto del gato, que no fue gracioso porque a nadie le gusta que le anden
pisando partes del cuerpo, ¿no? ¡Bueno, al gato tampoco y no es menos que
nadie! Ringo levantó la copa con la mano temblorosa (como comenzó a derramar
bebida, Fricasio metió su copa por debajo para evitar que el líquido cayera a
la mesa) y dijo: “Raúl, yo… vos… nosotros… bueno, estoy nervioso, pero me
conocés, sabés que trabajo, no tengo vicios y voy a ser un buen marido para tu
hija y te pido su mano para casarnos en dos meses”.
Raúl lo miraba con la sonrisa plastificada y ojos asesinos, hasta que sus
facciones se pusieron acorde. “¿Cuál?”, preguntó dejando la copa y
arremangándose. El aire se cortaba con un cuchillo. “¡Florencia, amor, quiere
casarse con Florencia!”, atiné a meterme para suavizar la cosa. El tema tomó
tan de sorpresa a Raúl, que no supo qué pensar; hasta hacía poco estaba
archi-convencido de que Ringo era gay, es más, siempre tiraba pálidas con que
temía que pervirtiera a Gonzalito. Nunca intenté persuadirlo de lo contrario;
primero porque no tengo nada en contra de los gustos de vida ajenos, segundo
porque sabía que Ringo era bien hombre (lo he visto mirar a las mujeres en los
partidos y reuniones sociales) y tercero porque él debió de haber sufrido
mucho, al descubrir que la mujer con la que hacía poco se había casado
re-contra enamorado y para toda la vida, le metía los cuernos; esto me hizo
entender su actitud.
Todo el mundo aplaudió y felicitó; las copas se volvieron a llenar, volvimos a
brindar y Raúl se tuvo que amoldar y terminó cediendo; primero a cara de perro
y vertiendo una caterva de imposiciones para que cuidase a nuestra hija y por
último aflojándose, perdiendo el miedo y bajándose de ese pedestal en el que a
veces nos subimos los padres, asemejándonos a dictadores temibles, por el solo
hecho de querer sonar convincentes, a la hora de entregar a nuestra prole, a la
vida misma.
Después, se habló del tema de la carnicería y por lo que se planteó hoy al
mediodía de sobremesa, la tía Loly tiró la idea de sumarle al negocio de la
carne, un supermercado grande para agrupar a los demás comerciantes en una
especie de cooperativa de pueblo, con el compromiso general de que en el
balance anual, se apartasen fondos para beneficiar a Tuya y a sus habitantes
más pobres. ¡Acá tenemos muchos pobres, pero no tanto que les haga perder la
dignidad! En este momento me viene a la mente Antonio Cuevas, ese chico que les
conté que tiene 20 años y escribe las canciones que cantamos en la parroquia.
El pobrecito vive con su padre en una casita perdida, por allá, al final del
cordón de pircas; la madre lo dejó con el padre (que también se llama Antonio)
cuando era chiquito. Antonio se había dado a la bebida y fajaba a la pobre
mujer, que decidió irse. La comprendo. Ustedes pensarán: ¿Y por qué no se llevó
al hijo? No pudo. Antonio no se lo permitió. ¿Vieron que hay padres que usan a
los hijos como trofeos de su soberbia, como botín de guerra en las disputas o
como moneda de cambio en las negociaciones de pareja? Bueno, Antonio quiso
castigarla usando al hijo. ¡Vieran qué hermoso y dulce es ese chico! Tiene unos
ojazos negros que parecen un cielo nocturno y sin luna; se ríe y una no puede
dejar de enternecerse. Siempre que pude le anduve cerca; Gonzalito sintió celos
de él durante la primaria, pero le hablé a mi hijo y entendió. Al final, ahora
son amigos. Antonio hijo, es un chico muy, muy inteligente y quería ser
ingeniero pero el padre, una vez que terminó la secundaria lo puso a trabajar.
Me gustaría que el chico pudiera cumplir su sueño y verlo con el título en la
mano. Hay muchas cosas por mejorar en Tuya y me refiero más que nada a la vida
de algunas personas. Sé que Antonio padre aprendió la lección; cuando se fue su
esposa, se las desquitaba con el nene. Nos metimos todos y lo sentenciamos con
sacarlo de su lado, si no lo cuidaba bien o seguía tomando. ¡Santo remedio!
Pero igual, siguió huraño, callado, de carácter áspero, anti-social y cero
cariño con su hijo, que andaba buscando afecto en todas las casas en donde era
invitado.
La tía Loly, tiró la idea de que Raúl podría ser una especie de gerente en la
cooperativa; él dio un respingo y se moderó por respeto, pero le adiviné todas
las puteadas que se le agolpaban detrás de la lengua. Después a solas, me
decía: “¿Qué hago yo si me sacan del camión?” ¡Toda mi vida en la ruta!”. Lo
tranquilicé diciéndole que no pensara en eso por ahora, que así como Dios puso
todo lo que puso en nuestro camino en pocos días, pondría la solución a ese
tema; si tiene que ser gerente será y si no seguirá siendo un eterno peregrino;
siempre lo voy a amar y lo voy a estar esperando; algún día se cansará de andar
gastando caminos. Lo amo tanto, que solo puedo ser feliz con su felicidad.
A la tardecita, preparamos varios termos y mates y nos sentamos con todos los
vecinos que vinieron a conocer la casa nueva, a matear en el patio. La casa
tiene un parque inmenso y una pileta de natación que se llena, sacando una cuña
que ataja el agua de una vertiente de roca que sobresale del terreno.
¡Pensar que hasta hace unas horas, me hacía mala sangre pensando en que no
tenía una pieza para la tía Loly y hoy, ella nos ha comprado una casa! ¿Sirve
hacerse tanto problema por anticipado?, me pregunto. Mejor es vivir el minuto a
minuto, el pasado se fue, ya no existe, lo que va a venir no lo sabemos; lo
único que tenemos claro es el presente y dentro de él, hay pilas de cosas que
no podemos cambiar, por eso tenemos que aprender a cambiar nosotros, para
adaptarnos a vivir con lo que venga. Me acuerdo que cuando Flor me dijo que no
se iba a casar, ni tener hijos, me sentí herida; pensé que si mi hija razonaba
así y había tomado tal decisión, había sido porque a mí algo no me había salido
bien como mamá; pero en lugar de deprimirme o hacerme la cabeza, traté de
pensar cosas que me ayudaran a aceptar su decisión. Por ejemplo, que podía ser
que ella sintiese que traer un hijo al mundo, era exponerlo a una irremediable
esclavitud o tal vez traerlo a un mundo que ni ella tenía claro cómo es, ni
quién lo maneja, ni quién dispone de las vidas humanas y esas cosas. No sé, me
armé muchas conjeturas válidas para entenderla y no juntar más culpa, ni darle
en mi corazón, un cachito más de territorio a la amargura sin sentido. Al final
de cuentas, nadie dijo que si uno pasa por esta vida sin tener un hijo es un
egoísta, y si alguien lo dijo, es un pelotudo. Hay que ponerse en el pellejo
ajeno para hablar y aún así, no sé si cabe. Bueno, redondeo este tema,
resaltando que gracias a que tomé así el asunto de la no maternidad de Flor,
pude mantenerme entera y, al final, ahora ella decidió casarse, tendrá sus
hijos algún día y toda la historia negativa ya es cosa del pasado y como se
sabe, el pasado, ¡pisado!
Pasando a otra cosa: si yo me enojo y despotrico contra los chinos: ¿Soy
racista?
Esta tarde se armó flor de tole-tole cuando tomábamos mate en el parquecito de
la casa nueva. Hubo vecinos que me apoyaron; otros, me daban con un caño:
“¡Ehh, racista de mierda, te metés con los pobres chinos que se están cayendo
al agua, dejate de joder!”, y decían cosas por el estilo. Les explico a ver si
ustedes me entienden. No es que no los quiero por esos ojos que tienen o porque
me parezcan dientudos, no, yo no tengo mala onda injustificada con ellos. Hay
muchos que los defienden, y ponen como cesto de basura en la vereda, a un chino
sosteniendo el canasto; eso sí me parece ofensivo. En Tuya no tenemos ese tipo
de canastos con chinos, los vi en otras partes y les saqué fotos para que no
digan que invento.
El año pasado, mi prima Silvia se fue con su peor es nada a China. ¡A China!
¡Miren que hay lugares para ir! ¡No, a China se fueron! ¿Saben qué? Silvia
tiene una mega cámara de fotos; saca para la mierda, pero es ella y no la
cámara. ¿Cómo va a sacar la foto de un árbol, si en ese momento mira a una
señora que pasa por la vereda de enfrente? Pero así y todo, trajo unas fotos…
¡terribles! Había fotos de criaturas (chinitos bebés) tiradas en un basural,
otras en la calle, ¡eso es espantoso! Un señor se apiadó y puso a una nenita
que habían arrojado a la calle, en un canasto de basura, envuelta en diario. Si
las fotos no las hubiese sacado Silvia, hubiese creído que eran truchas.
Hoy vino Marianita del cole, con otra nueva de los chinos. Ahora parece que
hacen unos llaveritos que son mini bolsitas de plástico, selladas
herméticamente; adentro le ponen agua hasta la mitad y pececitos de colores
vivos o tortuguitas de agua; cuando los bichitos se mueren, tiran el llavero y
compran otro. ¡Eso es una crueldad y así educan a sus hijos! Álvaro Contreras
(que es policía y amigo, el que se quedó un rato en casa la noche que vimos la
peli de extraterrestres) me decía hoy que él, justificaba a los chinos con el
tema de deshacerse de las criaturas, porque el gobierno, si descubre que
alguien tiene un segundo hijo, a esa persona la meten presa. A mí me parece que
hay formas y formas. Además, ¿qué los justifica con lo de los llaveritos? ¡No,
ya lo traen en la sangre, tienen una cultura degradante!
Gema Trum (viuda, ¿se acuerdan?, la madre de los mellizos que son enfermeros y
viven en Brasil) hoy andaba medio rara con la tía Loly. ¡Tan contenta que
parecía de haberse hecho amiga de ella y hoy le ponía cara de culo! Según me
dijo Fricasio, parece que está enamorada de Florio Guzmán, pero él no quiere
saber nada de ella y no precisamente porque esté Loly. No sé, no entiendo eso
de tomarle bronca a alguien por cuestiones pasionales, presuntas o deseadas
inútilmente, con otra persona. Es una pena, porque estoy segura que Loly podría
ser una excelente amiga para Gema, pero si ésta se emperra con celos sonsos…
Bueno, gente, el amor de mi vida está “ensobrado”, guardado en la camita
calentita, mirando un partido de fútbol por la tele. De vez en cuando me asomo
para robarle un beso, aunque ahora pienso entrar y quedarme a su lado toda la
noche y, mientras le doy todo el amor que me despierta, intentaré asegurarme de
que me siga llevando feliz en su corazón.
Un abrazo virtual y afectuoso para todos ustedes. Gracias por acompañarme y
dedicarme un tiempo precioso de sus vidas:
Fianza Menditelli
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